El tópico de la literatura de bienestar suele decir que la felicidad no se
busca, se encuentra. A partir de dicha idea, pero con una mirada mucho más
científica, la psicóloga e investigadora de la Universidad de Riverside en
California
Sonja Lyubomirsky ha desarrollado su último libro,
The
Myths of Happiness. What Should Make You Happy, but Doesn’t, What
Shouldn’t Make You Happy, but Does (Penguin Press). La nueva entrega de la
célebre autora de
La ciencia de la felicidad (Urano) propone una
interesante reflexión sobre lo que determina nuestra felicidad y nuestra
infelicidad, y es que
no es la acumulación de factores positivos frente a los
negativos lo que cambia nuestra vida, sino otros detalles que en ocasiones
infravaloramos.
La autora considera que nuestra visión de la realidad es, todavía, muy
“reduccionista” en lo que concierne a la felicidad. Solemos
condicionar esta a la consecución de determinadas metas vitales y
pensamos
que eso garantizará automáticamente nuestra felicidad, pero en realidad no es
así, por mucho que alcanzar nuestros objetivos sea importante en
nuestro desarrollo como personas. De ahí que surjan lo que la autora considera
como “los mitos de la felicidad”, es decir, considerar que “las metas adultas
(matrimonio, hijos, trabajo, salud) nos harán felices para siempre, mientras que
los problemas (de salud, financieros, sentimentales) nos harán irremediablemente
infelices”. Es lo que se ha dado en llamar la fórmula del
“seré feliz cuando…” que, como se ha demostrado repetidamente, no conduce más
que a la frustración.
Nos acostumbramos rápidamente a lo bueno (a nuestro pesar)
En realidad, nuestro bienestar no depende de conseguir los objetivos que nos
hemos propuesto y mantenernos al margen de los grandes problemas, sino que
podemos afrontar épocas complicadas de nuestra vida y, sin embargo, ser
felices, pero también tener todo lo que habíamos deseado tener y sentirnos
profundamente desgraciados. “No es que nuestros logros no
nos hagan felices, que sí lo hacen”, indica la autora del ensayo, “sino que lo
hacen durante un período de tiempo muy inferior al que pensamos”.
Descartamos a nuestras parejas porque
pensamos que el problema son ellos, pero estamos equivocados. Es lo que se
conoce con el nombre de “adaptación hedonista”, y que viene a decir que,
lamentablemente,
nos acostumbramos muy rápido a la felicidad. Pero, al
mismo tiempo, también nos permite adaptarnos a las circunstancias negativas de
la vida, lo que explica por qué los que han sufrido una desgracia catastrófica
se adaptan tarde o temprano de nuevo a las exigencias de la vida diaria. Se
trata, por lo tanto, de una ventaja en esos casos, pero también de una
desventaja en el caso de que seamos tremendamente felices pues quiere decir,
básicamente, que la emoción durará poco si no somos capaces de cuidarla. Es lo
que ocurre, por ejemplo, con la insatisfacción que algunas parejas sienten
cuando poco después de pasar por el altar no se sienten más felices que
antes.
Esta situación tiene una consecuencia peligrosa, y es que puede llevarnos a
adoptar comportamientos equivocados pensando que, si no somos felices, quizá se
deba a que no nos hemos casado con la persona correcta, o que la culpa la tienen
nuestros amigos familiares. O algo peor, como pensar que
la culpa de nuestra
infelicidad se encuentra en nuestro interior, una de las situaciones que
pueden conducir a la depresión con mayor facilidad. Muchos de los divorcios se
producen precisamente por esa razón, asegura Lyubomirsky, que asegura que “descartamos a las buenas parejas porque pensamos que el problema
son ellos, aunque las raíces de los problemas se encuentren en otra parte”.
Nos acostumbramos rápido a nuestras
posesiones, pero no a las experiencias que vivimos ¿Dónde? En muchos
casos, en la ausencia de esos pequeños detalles que nos animan en el día a día,
y que despreciamos por banales. Un buen ejemplo es lo que ocurre con la
generosidad, sea del tipo que sea.
Lubomirsky recuerda que está ampliamente
demostrado que
todas las acciones altruistas, por
pequeñas que sean, proporcionan un sustancial empujón a nuestra
felicidad. La defensa de los pequeños detalles como garantes de la
felicidad se ha repetido hasta la saciedad en los ámbitos del bienestar. Pero
tiene su explicación científica, que la autora ejemplifica a través de su propia
experiencia después de comprar una nueva casa, una de esas acciones que, en
teoría, sólo garantizan la felicidad durante un tiempo limitado.
Lubomirsky reconoce que, efectivamente, se acostumbró rápido a la casa que
tanto había deseado, menos a una cosa: la vista del océano desde ella. La
explicación, señala, es que “
nos acostumbramos rápidamente a nuestras
posesiones, pero no a las experiencias que vivimos, algo científicamente
demostrado”. Quizá por eso, como aseguraba un reciente estudio publicado en la
Universidad de San Francisco,
las personas más felices son las que gastan su
dinero en experiencias vitales y no en bienes
materiales.
Lo importante es relativizar
Si hay una cosa que la autora quiere que se extraiga a partir de la lectura
del libro, es que tenemos que tener siempre presente que lo
que nos ocurre durante nuestra vida tiene menos importancia de lo que pensamos,
por mucho que sea difícil desprenderse de dicha idea. “
Nuestras
reacciones suelen ser desmesuradas cuando ocurre algo malo, sentimos que
nunca más volveremos a ser felices, que nuestra vida tal y como la conocíamos se
ha acabado para siempre, pero no es así”, indica la autora.
Cuantas más vueltas le damos a algo, más
deprimidos nos sentimos “Lo que quiero que quede medianamente claro es
que aunque parezca que algunos de los desafíos que afrontamos cambiarán de
manera definitiva y para siempre nuestras vidas, ya sea para bien o para mal, es
realmente nuestra respuesta a tales situaciones la que lo cambia todo”, explica
la autora en la introducción del libro.
Muchos han sentido
ante un divorcio o la muerte de un familiar cercano que seguir viviendo parece
ser, de repente, imposible y, sin embargo, se trata de acontecimientos
inevitables que,
aunque pueden entristecernos, no tienen por qué condicionar
nuestra felicidad.
Para Lubomirsky, “son las reacciones iniciales las que convierten los meros
ritos de paso que son habituales en todos los procesos de la vida en auténticas
crisis”. Lo importante, por lo tanto, no es evitar el dolor,
sino saber afrontarlo. Ello se refleja en uno de los comportamientos que
nos conducen de cabeza a la infelicidad: el llamado pensamiento circular, que
nos lleva a darle vueltas en la cabeza a todos los acontecimientos sin parar, de
manera que a cada nueva vuelta que le damos, sólo nos sentimos “más deprimidos,
más pesimistas y más fuera de control”. Así que quizá lo
mejor sea
no darle muchas vueltas a la cabeza y echar una mano a los
demás, en la medida de lo posible. Suena fácil, lo complicado es
llevarlo a la práctica.
Fuente:
elconfidencial