Mañana cerramos una etapa. Os confieso que, según escribo, se
me están empezando a empañar los ojos. Y preveo que mañana seré un mar
de lagrimas cuando digamos adiós a los compañeros y equipo de
la guardería de los peques. Esta semana viajo con los niños a Bilbao, y
ellos se quedarán ya allí con los abuelos. Se va terminando nuestro
tiempo en Viena y mañana, concretamente, se termina nuestro paso por
la guardería aquí. Parece ayer cuando dudaba si sería bueno que la peque
empezara en la guardería o no, y ahora me emociono pensando en la
suerte que ellos, y nosotros, hemos tenido con la decisión que tomamos.
Mis hijos han sido absolutamente felices jugando con otros niños unas
horas en la guardería y tendiendo la ropa, poniendo la mesa, recogiendo
sus platos, cocinando, y un largo etc. junto con otros compañeros. La
primera vez que vi a los niños de entre 2 y 3 años poner la mesa con
total autonomía, o recoger cada uno sus cosas al terminar de comer y
ponerlas donde correspondía, me quedé maravillada. Ahora soy consciente
de que no es nada asombroso, es tan simple como la gran capacidad humana
y el deseo de desarrollarse y ganar autonomía que tenemos dentro desde
pequeños. Después de estos casi dos años de guardería, ahora nos toca
integrarnos en el panorama educativo español, y reconozco que es
un tema que me preocupa.
Aún recuerdo cuando hace unos meses la peque vio una foto en el periódico, de niños de su edad en un colegio, y dijo asombrada:
“¿Por qué están todos sentados? ¿todos quieren pintar, ninguno quiere
pintar de pie, jugar a otra cosa o hacer algo que no sea pintar?”
Qué responderle a mi hija, cuando yo tampoco lo entiendo ni le veo
sentido. Y, lo peor, creo que tengo una respuesta. Pero esa respuesta no
está ligada a esos veinte niños. Esa respuesta incluye a los políticos,
al sistema educativo, a las normas,… En definitiva, a quienes imponen
unos ratios profesor-niños que casi impiden cualquier tipo de actividad
que se base en la autonomía y desarrollo personal del niño; a
quienes establecen un diseño curricular y unos planes de estudios que se
basan más en la asignación eficiente de recursos mínimos que en el
bienestar y óptimo desarrollo de los niños. Unas normas y una filosofía
educativa que limitan enormemente la posibilidad de que cada niño ponga
en marcha las actividades e intereses propios, según su fase de
desarrollo.
Vivimos en un mundo global; en la era de las comunicaciones. Conocer
lo que pasa mas allá de nuestras fronteras y aprovechar los avances
de países que van a la cabeza en innovación resulta relativamente fácil.
¿Por qué no mirar fuera en materia de educación y tratar de aprender de
quienes claramente obtienen mejores resultados en este área, sufren un
menor índice de fracaso escolar, y encabezan los rankings
internacionales en temas educativos? Para muchas cosas nos encanta poner
la vista en otros territorios e importar tendencias o políticas.
No estaría mal hacerlo para aquello en lo que realmente es necesario un
cambio. La necesidad de una transformación en materia de educación no es
un capricho personal mío, ni algo que pedimos tres o cuatro. El
cambio es aclamado incluso por quienes forman parte del sistema
educativo, como los propios profesores.
En Austria, la imagen de unos niños yendo al colegio antes de los 6
años es algo que les resulta difícil de proyectar. Cuando hablamos con
el equipo de la guardería o con otros amigos, y les decimos que en
España nos ha costado encontrar plaza escolar para la peque porque ya
tiene 4 años, y debería haber empezado con 3 ya, nos
miran atónitos. Imaginad, cuando preguntan qué hacen los niños en el
colegio tan pequeños, y les cuento en qué consiste (a nivel promedio),
el programa educativo para un niño de tres o cuatro años. La respuesta
más común es preguntarme cómo los padres aceptan algo así. Por supuesto
que aquí los niños no tienen que quedarse en casa hasta los 6 años.
Existen opciones para que los padres puedan conciliar y los niños
disfrutar con otros niños. Sin embargo, en ningún caso se trata de
una educación formal y reglada, sino que se trata de que los niños,
jueguen, exploren, y sean niños.
Pensar en que en unos meses formaremos parte del sistema educativo
español me preocupa. Pero, sobre todo, me preocupa pensar que hasta mi
hija vio que algo fallaba al ver esa foto en el periódico. Sin embargo,
quienes deciden sobre materia educativa parecen no verlo, o no querer
hacerlo. Por favor, si no queréis escuchar a los padres, o a los
propios profesores, escuchad a los niños, que son quienes tienen que
pasar horas y años siendo parte de las directrices que marca el sistema
educativo.
Hagamos algo entre todos. Es factible y muy viable. Tenemos
muchos países cerca que lo demuestran. Miremos fuera. No significa que
seamos inferiores, o que ellos sean superiores.
Significa que nos quedan
cosas por aprender. Igual que hay campos en los que nosotros podemos
enseñar a otros. Aprendamos y avancemos, por el bien de los niños. Ellos
son el futuro. Si queremos que construyan un mundo mejor, demosles las
mejores herramientas posibles para hacerlo.
La educación de calidad y
libre es sin duda, en ese sentido, el arma más poderosa que podemos
darles.
Fuente: masalladelrosaoazul
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