domingo, 19 de julio de 2015

Nuestra guardería en Austria

Mañana cerramos una etapa. Os confieso que, según escribo, se me están empezando a empañar los ojos. Y preveo que mañana seré un mar de lagrimas cuando digamos adiós a los compañeros y equipo de la guardería de los peques. Esta semana viajo con los niños a Bilbao, y ellos se quedarán ya allí con los abuelos. Se va terminando nuestro tiempo en Viena y mañana, concretamente, se termina nuestro paso por la guardería aquí. Parece ayer cuando dudaba si sería bueno que la peque empezara en la guardería o no, y ahora me emociono pensando en la suerte que ellos, y nosotros, hemos tenido con la decisión que tomamos. Mis hijos han sido absolutamente felices jugando con otros niños unas horas en la guardería y tendiendo la ropa, poniendo la mesa, recogiendo sus platos, cocinando, y un largo etc. junto con otros compañeros. La primera vez que vi a los niños de entre 2 y 3 años poner la mesa con total autonomía, o recoger cada uno sus cosas al terminar de comer y ponerlas donde correspondía, me quedé maravillada. Ahora soy consciente de que no es nada asombroso, es tan simple como la gran capacidad humana y el deseo de desarrollarse y ganar autonomía que tenemos dentro desde pequeños. Después de estos casi dos años de guardería, ahora nos toca integrarnos en el panorama educativo español, y reconozco que es un tema que me preocupa.

Aún recuerdo cuando hace unos meses la peque vio una foto en el periódico, de niños de su edad en un colegio, y dijo asombrada:
“¿Por qué están todos sentados? ¿todos quieren pintar, ninguno quiere pintar de pie, jugar a otra cosa o hacer algo que no sea pintar?”
Qué responderle a mi hija, cuando yo tampoco lo entiendo ni le veo sentido. Y, lo peor, creo que tengo una respuesta. Pero esa respuesta no está ligada a esos veinte niños. Esa respuesta incluye a los políticos, al sistema educativo, a las normas,… En definitiva, a quienes imponen unos ratios profesor-niños que casi impiden cualquier tipo de actividad que se base en la autonomía y desarrollo personal del niño; a quienes establecen un diseño curricular y unos planes de estudios que se basan más en la asignación eficiente de recursos mínimos que en el bienestar y óptimo desarrollo de los niños. Unas normas y una filosofía educativa que limitan enormemente la posibilidad de que cada niño ponga en marcha las actividades e intereses propios, según su fase de desarrollo.
Vivimos en un mundo global; en la era de las comunicaciones. Conocer lo que pasa mas allá de nuestras fronteras y aprovechar los avances de países que van a la cabeza en innovación resulta relativamente fácil. ¿Por qué no mirar fuera en materia de educación y tratar de aprender de quienes claramente obtienen mejores resultados en este área, sufren un menor índice de fracaso escolar, y encabezan los rankings internacionales en temas educativos? Para muchas cosas nos encanta poner la vista en otros territorios e importar tendencias o políticas. No estaría mal hacerlo para aquello en lo que realmente es necesario un cambio. La necesidad de una transformación en materia de educación no es un capricho personal mío, ni algo que pedimos tres o cuatro. El cambio es aclamado incluso por quienes forman parte del sistema educativo, como los propios profesores.
En Austria, la imagen de unos niños yendo al colegio antes de los 6 años es algo que les resulta difícil de proyectar. Cuando hablamos con el equipo de la guardería o con otros amigos, y les decimos que en España nos ha costado encontrar plaza escolar para la peque porque ya tiene 4 años, y debería haber empezado con 3 ya, nos miran atónitos. Imaginad, cuando preguntan qué hacen los niños en el colegio tan pequeños, y les cuento en qué consiste (a nivel promedio), el programa educativo para un niño de tres o cuatro años. La respuesta más común es preguntarme cómo los padres aceptan algo así. Por supuesto que aquí los niños no tienen que quedarse en casa hasta los 6 años. Existen opciones para que los padres puedan conciliar y los niños disfrutar con otros niños. Sin embargo, en ningún caso se trata de una educación formal y reglada, sino que se trata de que los niños, jueguen, exploren, y sean niños.
Pensar en que en unos meses formaremos parte del sistema educativo español me preocupa. Pero, sobre todo, me preocupa pensar que hasta mi hija vio que algo fallaba al ver esa foto en el periódico. Sin embargo, quienes deciden sobre materia educativa parecen no verlo, o no querer hacerlo. Por favor, si no queréis escuchar a los padres, o a los propios profesores, escuchad a los niños, que son quienes tienen que pasar horas y años siendo parte de las directrices que marca el sistema educativo. 

Hagamos algo entre todos. Es factible y muy viable. Tenemos muchos países cerca que lo demuestran. Miremos fuera. No significa que seamos inferiores, o que ellos sean superiores. 

Significa que nos quedan cosas por aprender. Igual que hay campos en los que nosotros podemos enseñar a otros. Aprendamos y avancemos, por el bien de los niños. Ellos son el futuro. Si queremos que construyan un mundo mejor, demosles las mejores herramientas posibles para hacerlo. 

La educación de calidad y libre es sin duda, en ese sentido,  el arma más poderosa que podemos darles.


Fuente: masalladelrosaoazul

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