La Copa de Maestros
de esta última semana ha sido el broche final a mi trayectoria como
entrenador de mi sobrino Rafael. Doy por concluida una feliz etapa de 27
años que se inició el día en que el hijo de mi hermano Sebastián entró
en mi pista de tenis con tan solo tres años. Hoy salgo yo de la suya
pero no se acaba aquí mi camino. Seguiré vinculado al tenis porque mi
ilusión y amor por este deporte, por suerte, siguen intactos.
Desde los inicios de la trayectoria tenística de mi sobrino intenté
desarrollar en él un carácter fuerte y resolutivo para poder hacer
frente a las dificultades del tenis en particular y de la vida en
general, con la que siempre he considerado que hay un denominador común.
He sido más molesto que apacible y más exigente que dado al
halago. Le he procurado más un punto de insatisfacción que de
beneplácito y le he trasladado siempre a él toda la responsabilidad.
Siguiendo la sentencia de Francisco de Quevedo —“quien espera en esta
vida que todo esté a su gusto, se llevará muchos disgustos”—, yo nunca
le facilité las cosas más de la cuenta a Rafael.
He tenido la suerte de convivir con una generación de
grandes jugadores, pero siempre he procurado que la defensa de los
intereses del mío no me impidieran verlos desde una perspectiva más o
menos ecuánime. Nunca he entendido que la rivalidad debiera traspasar
los límites del campo de juego ni he considerado a ningún rival como un
enemigo. Esto me ha permitido apreciarles, respetarles y aprender de
ellos.
Vivimos en una sociedad en la que el fanatismo dominante, en
política sobre todo, pero en el resto de los ámbitos también, nos lleva
a dar sólo por bueno nuestro punto de vista y a despreciar,
infravalorar y hasta odiar, al que piensa o siente distinto a nosotros.
Mi apoyo al FC Barcelona, para no moverme del ámbito deportivo, no me
lleva a ensalzar exageradamente todas sus actuaciones, como tampoco a
vilipendiar a la torera todas las del Real Madrid.
Creo que nos haría bien empezar a moderar nuestras pasiones en el campo deportivo y hacerlo extensivo a todos los demás.
Ha llegado el momento de echar la vista atrás y reconocer y
agradecer todo lo que esta profesión me ha dado. Mi gratitud va dirigida
a muchas personas más o menos anónimas que a lo largo de muchos años me
han acompañado en este viaje.
Muy particularmente quiero señalar a los miembros del equipo
que empezó a crecer con la entrada de Carlos Costa, en primer lugar, y
con la incorporación de todos los demás, a los que sé que no necesito
nombrar uno por uno. A todos ellos les agradezco su entrega, compromiso,
buen hacer y, no menos importante, su amistad. La convivencia con ellos
me ha enriquecido enormemente como profesional y, por supuesto, como
persona. Quiero expresar mi gratitud, también, a la familia Fluxà por
haber querido unir mi nombre al de Iberostar, una empresa familiar y
balear ejemplo de valores humanos y prestigio dentro del sector
hotelero.
A todos los periodistas extranjeros y, sobre todo,
españoles, que han demostrado tanto rigor como respeto por la figura de
mi sobrino y, por extensión, por la mía. No han caído en la práctica del
desprestigio cuando las cosas se le han complicado a Rafael.
Hemos sentido mucho más el aliento y la comprensión por
parte de los medios que la intención de hacer leña del árbol caído
cuando hemos atravesado crisis en el juego o cuando hemos sufrido por
las lesiones.
A los aficionados que se han trasladado a los distintos
torneos y han adquirido entradas, que han interrumpido su sueño para ver
partidos nocturnos, que han apoyado, aplaudido y se han emocionado con
las victorias o derrotas de Rafael. Su respaldo y su cariño le han
ayudado a levantar muchas copas y mi agradecimiento, por tanto, es
inmenso.
Por último y de manera muy especial, debo reconocer y
agradecer enormemente, al máximo responsable de mi suerte: mi sobrino
Rafael. La relación con él siempre ha sido atípicamente fácil dentro del
mundo en el que nos movemos. Gracias a su educación, respeto y pasión
he podido desplegar mi manera de entender esta profesión. Gracias a él
he vivido experiencias que han superado todos mis sueños como
entrenador. He viajado a su lado a sitios increíbles y he conocido a
personas relevantes e interesantes de muchos ámbitos. A día de hoy me
siento enormemente valorado y querido porque su figura ha engrandecido
la mía mucho más de lo que me merezco.
Dice Antonio Muñoz Molina en su ensayo
Todo lo que era sólido
y respecto a personajes que ocupaban altos cargos justo antes de la
crisis, algo parecido a lo siguiente: “
Nos creíamos que estaban allí
arriba porque son muy capaces e inteligentes; cuando en realidad, muchas
veces es al revés. Como están allí arriba, nos hemos llegado a creer
que son muy capaces e inteligentes”.
Les dejo con esta idea para evitar cualquier sobrevaloración
de mi persona y vuelvo con mis queridos alumnos en Manacor.
Gracias de
corazón y hasta siempre.