Por si no lo habéis visto, aquí os dejo un cuento que escribió un buen amigo mío, Manuel Casquero, en uno de los comentarios de un post mío y quería compartirlo con vosotros. Como dice mi amigo Felipe, es un genio capaz de poner en palabras sentimientos, vivencias y aprendizajes como nadie. Gracias maestro.
El tiempo no pasa, pasamos nosotros. Existió alguna vez un personaje que por miedo a envejecer se obsesionaba con la idea de parar el tiempo y detener su vida. Para ello, se desplazó a un desierto donde solo le rodeaban un inmenso mar de arena que abrazaba con su relieve de dunas, el espejo radiante de una azul sediento. En este estado de soledad y de profunda conciencia, no existía la sombra de otro ser humano, ninguna huella de la historia de la civilización, ningún sonido, ningún recuerdo. Cerró profundamente los ojos, creyendo que en ese esfuerzo visual, y negando sus emociones conseguiría paralizar su vida. Pero al volverlos abrir, se dio cuenta que por ese cielo infinito, antes ausente y vacio, desfilaban en forma de nubes cada uno de los recuerdos de su infancia. También percibió nubes de su presente más reciente, de sus dudas existenciales de sus pequeños y grandes miedos, y por último, intentado vislumbrar nubes que explicaran su futuro, el cielo se fue apagando con llamaradas naranjas y violetas de insatisfacción. Sin darse cuenta, el crepúsculo se había adueñado de él. Y, en vez de sentir nostalgia, añoranza o impaciencia, se sintió aún más unido desde el abrazo de la arena caliente al origen del universo.
La vida no se detiene porque no nos detenemos nosotros. Cuando menos se lo esperó notó que unas gotas bañaban sus iris... No era polvo del desierto, no era rocío de la madrugada, no eran gotas de lluvia, simplemente estaba llorando. Por primera vez, al intentar detener la vida, la sintió de verdad. Y dando ritmo a su propio tiempo, prestándose a si mismo una nueva oportunidad para vivir, descubrió la verdadera correspondencia entre nuestro universo interior, más emocional y etéreo con todo lo material, circunstancial y racional que nos rodea. Solo recibimos lo que damos y cuando menos lo esperamos nos salpica con su espuma nostálgica de días y noches, ese rio caudaloso “llamado tiempo”. "La vida no se detiene en la soledad, en la ausencia de nosotros mismos, ni tan siquiera en su crepúsculo, porque cuando anochece en nuestra existencia nuestra luz interior flota como nubes hasta volver a encontrar su origen en el universo. “La vida no nos vive a nosotros, somos nosotros los que vivimos la vida."
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