domingo, 19 de octubre de 2014

Cuando el aula se convierte en cancha

El rendimiento escolar y el deporte comparten más cosas de las que podemos imaginar. Valores como responsabilidad o compromiso son inherentes en ambas disciplinas, pero existe otro factor que las une todavía más: la emoción. Divulgadores, profesores y demás agentes implicados en la educación tienen cada vez más claro que al igual que en el deporte, los procesos emocionales juegan un papel fundamental en la vida escolar del alumno. En la vida en general del alumno. Y es que, no sólo lo avalan las investigaciones, sino la propia experiencia: las emociones impactan en la memoria, en la capacidad de retención, en la toma de decisiones, en la calidad de las relaciones y en la salud y el bienestar físico.

  «En función de la emoción que sintamos, prestamos más atención a unas cosas que a otras. Puede cambiar pensamientos, puede motivar comportamientos», explicó ayer Laura Mari Barrajón, profesora del Máster de Educación Emocional y Bienestar de la Universidad de Barcelona, en el III Congreso de Innovación Educativa que arrancó en Toledo, organizado por la Fundación San Patricio y el Colegio San Patricio Tagus. Bajo el lema Sin emoción no hay aprendizaje: Educando la emoción, más de 400 profesores y expertos comparten, durante este fin de semana, experiencias sobre el trabajo de las emociones en el ámbito educativo y reflexionan sobre el lugar que éstas ocupan (o deberían) dentro del sistema.

Sin duda, alguien que sabe, y mucho, de educar se llama José Vicente Hernández, más conocido como Pepu, el timón de un equipo que coronó al baloncesto español en lo más alto en aquel dorado Mundial de Japón de 2006. «Un entrenador que sólo enseñe técnica y táctica no vale nada. Tiene que enseñar valores, consolidar aprendizajes, enseñar por qué y para qué sirve cada cosa. Y todo esto, tiene que ver con la emoción», declaró Hernández a EL MUNDO durante el Congreso. «Tenemos que enseñar no sólo a ganar sino a saber conseguir pequeños logros que signifiquen grandes momentos de felicidad».

Según datos expuestos por Antonio Casimiro, doctor en Educación Física y profesor titular de la Universidad de Almería, «el éxito de las personas se debe en un 23% a las capacidades intelectuales y un 77% a las actitudes emocionales». Hay alumnos con expedientes brillantes que no han triunfado en la vida, y otros con notas menos sobresalientes que sí lo han hecho. Probablemente, según Casimiro, ellos tuvieran capacidades emocionales que les han hecho brillar en la vida.

La educación emocional

Educar en emociones se antoja fundamental y más en la sociedad posmoderna en la que vivimos. ¿Qué diferencia a un ser humano de otro teniendo la misma inteligencia? Sin duda, sus capacidades sociales y emocionales. O lo que es lo mismo, la forma que tendrá de gestionar su emoción. El psicólogo estadounidense Daniel Goleman reflejó el concepto de inteligencia emocional (IE) en su exitoso libro, Emotional Intelligence, en 1995. Para él, la IE no es otra cosa que tomar conciencia de nuestras emociones, saber gestionarlas y poder así comprender también las de los demás.
Pero antes de Goleman, ya otros expertos hablaron también de educar en emoción. Uno de los más relevantes fue Howard Gardner, psicólogo de la Universidad de Harvard quien en 1983 expuso su teoría de las inteligencias múltiples. Entre ellas estaban la inteligencia interpersonal (saber empatizar y comprender las emociones de los otros) y la inteligencia intrapersonal (saber manejar y gestionar las propias). También, las competencias deportivas.Y es que, el deporte es una de las maneras de educar en emociones.

«La práctica física favorece el rendimiento escolar», mantiene Casimiro, «el deporte enseña valores, y los afianza desde la base». Con el deporte o la práctica deportiva, se pueden adquirir valores como tolerancia, sacrificio, esfuerzo, espíritu de equipo, juego limpio, compromiso o fracaso. Porque el fracaso es una forma de aprender.

«Cuando me nombraron seleccionador nacional», contó Pepu en su charla Razones y emociones de un equipo, «lo tenía claro: quería jugadores capaces de relacionarse, de resolver problemas». Y eso hizo este entrenador nada más tomar el timón de ese equipo soñado del 2006. «La primera vez que me junté con el grupo, no les hablé de ataques ni de defensas, y muchos se extrañaron. Les hablé de respeto, confianza y solidaridad». Tres palabras que Pepu lleva por bandera. Valores que todo educador debería añadir en la cancha, o en el aula. «Quería que los jugadores tuvieran confianza en sí mismos y en el equipo», continuó Pepu.

Pero hubo un momento crucial que para el ex seleccionador refleja mejor que nada el trabajo emocional con este grupo en la semifinal del Mundial. «Cuando Pau Gasol se lesionó en ese partido, el equipo no estaba fastidiado o triste porque el que era para ellos el mejor jugador de España se perdía la final, sino porque su amigo Pau se perdía la final. Vi a los jugadores desolados y entendí qué tenía que hacer algo. Empecé a hablar con ellos: vamos a ganar por y con Pau. Un tiempo después estaban todos riéndose y jugando en la habitación: ahí se empezaron a preparar y a ganar la final».
Para Antonio Casimiro, tener alumnos o jugadores capaces de controlar sus emociones y de crecer de forma adecuada con valores sólo se consigue si el entrenador o el profesor adquiere una formación en inteligencia emocional: «Los jóvenes tienen que ser más auténticos, deben ser ellos mismos sin estar tan pendientes del qué dirán».

«Los profesores deberían enseñar a los alumnos lo que es posible», explicó por su parte Laura Mari Barrajón, porque «todo, absolutamente todo lo que vemos, fue alguna vez el sueño de alguien. Soñar vale la pena, porque soñar te ayuda a hacer cosas».


Fuente: elmundo

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